domingo, 20 de abril de 2014

Boulevard of broken dreams.

Las frías gotas de lluvia recorrían sus mejillas hasta caer al suelo, hoy, el cielo lloraba. No llevaba paraguas, no le hacía falta, ya todo le daba igual. Recorría las calles vacías de esa triste ciudad sin rumbo fijo, ya no tenía a donde ir. Esa era la ciudad donde había nacido, donde se había criado y donde había crecido, sin embargo, no la reconocía. Cada calle, cada esquina y cada rincón le parecía nuevo. Caminaba mirando al suelo, observando su reflejo en los charcos de agua, ya no le importaría si se chocaba, se caía o se dañaba, lo había perdido todo. No tenia nada.

Todos sus proyectos se habían desvanecido, todo el futuro que había planeado, se había ido. Lo habían abandonado como aquél que tira un papel al suelo, sin importarle qué le pasará o quién se lo encontrara. Así se sentía. Todo rayo de esperanza había huido.

Ahora estaba solo, completamente solo. Nadie al que pudiera pedir ayuda, nadie con quien compartir sus penas, ni un solo hombro en el que llorar, no quedaba nadie. En esos momentos le hubiera gustado tener alguien con el que al menos hablar. Pero no había nadie en la calle, sólo putas, borrachos y enamorados, nadie decente.

Así, sin donde caerse muerto, Billie decidió ir al lugar donde se le escucharía, al lugar donde ahogaría todas su penas en alcohol, el lugar donde gastaría sus últimos diez euros, el único lugar donde, en estos casos, te puedes dirigir. Lo conocía bien, sin embargo nunca había entrado. De pequeño, lo veía desde la acera de al lado, su madre no le permitía acercarse más, le decía que era el lugar a donde iban las personas a las que ya no les quedaba nada en esta vida, las que ya no tenían nada que perder, a gastar sus últimos ahorros en bebida, justo lo que él iba a hacer...


El Bulevar de los Sueños Rotos.




Ya no le quedaba nada, ya no le quedaba nadie. Ese era su lugar. 



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