lunes, 27 de enero de 2014

Pesadilla invernal.

El frío se me cuela entre la ropa. El hielo y mis pies se funden en uno solo. No siento las manos, no siento los dedos, no siento mi piel. No veo un metro más de mi, la niebla lo cubre todo. La oscuridad se ha apoderado de este lugar. No hay luna ni estrellas. Mis ojos luchan por mantenerse abiertos y buscar una salida, pero poco a poco el sueño me va venciendo. Ya nunca más volveré a despertar.

Me siento observada, algo me acecha. Me persigue con la mirada, pero yo no lo puedo ver. Se va volviendo todo cada vez más borroso. Intento correr, pero no puedo. 

De repente oigo un ruido. Un ruido espantoso. Cómo un grito. No, espera. Cómo un gruñido. No lo sé, ya se ha ido.

Intento buscar algún signo de vida, recorro con la mirada cada rincón de este maldito lugar, pero no consigo encontrar nada. Estoy sola.

Vuelvo a oír un ruido. Esta vez son pasos. Van acercándose. El miedo y el pánico se van apoderando de mi. Me quedo parada, no sé que hacer. Ni si quiera puedo pedir ayuda. No tengo nada. Vacía por fuera, vacía por dentro. Veo mi vida pasar ante mis ojos. Me arrepiento de las oportunidades que dejé caer, de los trenes que no cogí y de los daños que impartí.

Veo una sombra acercarse por fin, está aquí. Llegó mi hora, no hay salida, no hay posibilidad de escapar.

















Ninguna luz ilumina mi camino esta vez, me he perdido... para siempre.

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